“Me gustan los hombres, me visto como
hombre y actúo como hombre. Si quiero a alguien afeminado, mejor me busco una
mujer”, son el estilo de las frases e imágenes que se publican, y cada vez con
mayor frecuencia, hoy día por redes sociales, sitios web o aplicaciones de
ligue para hombres homosexuales, y desde luego, se escuchan en lugares de
encuentro. Con presunción y orgullo muchos Gays aluden a su hombría en aras de
buscar una reivindicación innecesaria ante la sociedad estereotipada y
estereotipadora en la que vivimos.
Definirse en un nicho de gustos y
preferencias, con base en el cual se pretende encontrar un compañero de cama
por una noche o de vida es completamente válido. El gran problema viene cuando
en pretención de adoptar un modelo heteronormativo inculcado y arraigado,
nuestras atracciones hacia personas con determinadas características físicas,
conductuales, emocionales, personales, etc., nos conducen a una discriminación
que, sí de antemano ya es lamentable, lo agrava el hecho de presentarse dentro
de lo que muy ligeramente hemos llamado nuestra “comunidad Gay”, la homofobia
intra-comunitaria, la discriminación, el señalamiento y el estigma de un
homosexual a otro homosexual.
Cuando el medallista olímpico Iván
García Navarro publicó a través de su cuenta de Twitter las líneas “no soy gay,
soy 100% hombre” no tardó en desencadenarse la justa reacción para la reflexión
y moderación de sus expresiones en torno a la Diversidad Sexual, lo que terminó
en la disculpa del Clavadista. De cierta forma, estamos acostumbrados por
décadas a dar la lucha por el respeto y la tolerancia a la Diversidad hacia
afuera, hacia el resto de la sociedad; y quizá poco nos hemos detenido a
observar y reflexionar si tenemos una especie de “autoridad moral” que le
llaman, para exigir con la fuerza y convicciones mostradas por muchos activistas
a través de los años, como recita el dicho, “candil de la calle, oscuridad en
casa”.
Es sabido que el pabellón de la cárcel de
Lecumberri asignado a la reclusión de presos homosexuales era denotado por la
letra “J”, o que en las celebraciones a San Francisco de Asís los monjes
vestían de mujer y desfilaban en actitud de afectados mentales, siendo llamados
“las locas”. “Jota”, “loca”, etc., son palabras a las que no hay que temer,
finalmente forman parte de nuestra cultura
Queer y del lenguaje. A lo que sí hay que temer es a cuando estos términos
se utilizan para etiquetar y que ello culmina en la actitud despectiva de quien
los emplea hacia quien se ve obligado a portarlos.
¿A qué tenemos miedo los Gays?
Claramente una actitud de defensa hacia el estereotipo “todos los Gays son
afeminados y quieren ser mujeres”. En pleno S. XXI hay lugares en el mundo
donde todavía la mujer es objeto de muchas y graves violaciones a sus derechos.
Inaceptable es la repugnancia al etiquetamiento que me asemeje a algo que de
antemano ya es discriminado. Es decir, “soy un hombre al que le atraen
sexualmente otros hombres, pero mejor seguir pareciendo hombre a verme como
mujer” ¡eso es machismo!, es asumir que la condición de mujer es inferior a la
del varón y entonces “mejor estar más cerca del lado hombre, que del lado
mujer”. Por cierto, cuando una mujer es violada, nunca falta el o la que
pronuncia “ella se lo buscó por provocativa”, así, tampoco falta quien exclame
“él se lo buscó por obvia” cuando se comete un crimen de odio por homofobia.
Todavía peor es que la concepción de
“ser hombre” o “ser mujer” es incluso igual de absurda entre los mismos
heterosexuales ¿con base en qué decimos quién “es hombre” y quién “es mujer”
socialmente? El que provee de protección y recursos “es el hombre”, la que
provee cuidado y atención “es la mujer” ¡absurdo basar una homofobia
intra-comunitaria en algo que ni la humanidad entera tiene claro! Pero ya que
así ocurre, entonces, si un individuo ha nacido
genotípica y fenotípicamente con una definición masculina., el que su estilo
de vida no vaya “acorde” a su condición biológica ¿lo convierte en mala persona?
¿por qué lo tendría que devaluar?
No deseo que vuelvan los tiempos de las
redadas policiacas, del mito que el VIH sólo le da a los homosexuales, pero era
en aquellos tiempos donde tales circunstancias produjeron una eficiente
cohesión de grupo; parece que el ir ganando derechos crea divisiones internas.
Dicen que a los homofóbicos no hay que discriminarlos, hay que informarlos.
Los invito a compartir ésta y sus personales reflexiones, y sobre todo, a
pensarlo dos veces antes de compartir una imagen o expresar un comentario que
propicie nuestra propia homofóbia. Vivimos en una sociedad donde los LGBTTTIs a
veces nos vemos forzados a comportarnos de manera distinta a quienes somos en
realidad, con tal de que “no se nos note” en nuestras casas, trabajos,
escuelas; ¡mínimo seamos libres entre nosotros mismos!