Sí, el fútbol, ése tema del cual, junto con religión y política, está prohibido hablar en una sobremesa de mi familia. El Lunes 11 de Julio amanecimos con la noticia de que la Selección Mexicana de Fútbol Sub17 había dado al país un motivo de despeje de su violenta situación.
Se dice que al 70% de los Gays no le interesa el fútbol, orgullosamente pertenezco al 30% restante, debo decir, inicialmente mi afición al balón-pie fue más placer visual que interés deportivo. Hoy es una mezcla de ambos. Pasión por las jugadas, goles, errores; pero ciego y buga tampoco soy.
El cuento del fútbol viene (además por el título) precisamente por ese interés en él que despiertan los cuerpos de los jugadores. Nunca antes había visto una clara “lujuria” de los Gays por los chavos de la Sub17, es decir, ni la Selección Mayor con todo y Chichario, Vela, y para algunos (yo no), Márquez, ha despertado nuestros bajos instintos a tal grado de que nuestra mayor lamentación sea que aquel grupo no sea cancha reglamentaria.
Mi interés por escribir estas líneas interrumpiendo las vacaciones veraniegas de este espacio, deriva de una experiencia vivida esta semana: Me encontraba de regreso a casa, abordé el Metro (sobra decir, el último vagón) en Insurgentes, a la estación siguiente subió un hombre de aproximadamente 60 – 65 años de edad. Fijó su mirada en mí, hasta que tomó pluma y un pedazo de papel y escribió, para luego dirigirlo a dónde pudiera verlo: "LINDO". Nunca he respondido a un ligue en el Metro (#ForeverAlone), ésta vez lo único que me nació hacer fue esbozar una pequeña sonrisa cargada de pena (por el “detalle halagador”), agradecimiento, y sí, también una mezcla de lástima, compasión, preocupación (por él y por mí).
No hace mucho tuve 17 años, y todavía me recuerdo con un par de amigos aceptando la invitación de algunos tragos por un hombre también de cierta edad, para luego, curiosamente en sincronía atender un falso llamado de la Naturaleza y no volver ni a darle las gracias.
Estereotipo o prejuicio, ambos, o simplemente: la realidad. Mi experiencia en estos años de jotosexualidad abiertamente vivida me ha mostrado que las relaciones prósperas y duraderas entre los Gays no son la norma, por alguna (histórica) razón, no nos gusta comprometernos, no se nos da la fidelidad como dirían algunos. Lo que sí puede calificarse de estereotipo es la búsqueda de la juventud, tanto al estilo Dorian Gray, es decir, la propia, como la ajena para disfrute de nosotros mismos.
Los hay sí, pero pocos son los Gays que prefieren no adultos, no maduros, más allá todavía. Basta echarse un clavado en el sitio de contactos ManHunt, hacer un breve muestreo y concluir que el anhelo de muchos, independientemente del fin, es la belleza que otorga la juventud; y dicho sea de paso, lo demás, las ideas, el modo de pensar, o la preparación, sobra ante un cuerpo digno de una buena sesión fotográfica al desnudo.
No debería extrañarnos entonces que en la pasada entrega de Premios al Orgullo, la recaudación por las entradas al evento sean destinadas a un asilo de ancianos Gays, porque sin pareja que busque y/o aguante a la llegada de los hilos de plata, ni familia que de jóvenes haya aceptado nuestra condición homosexual, lo mejor quizás sea la compañía de otros en la misma situación. De paso, verlos partir uno a uno nos preparará a nosotros para nuestro natural destino, si es que no nos vamos primero.
Confieso ahora que desde que tuve conciencia me ha asustado la vejez, incluso antes de aceptar mi homosexualidad. Me atemoriza la pérdida de capacidades de mi cuerpo, el poco a poco dejar de hacer lo que por la mayor parte de mi existencia viví haciendo, no por no querer, simplemente por ya no poder, mayor probabilidad de enfrentarse al Cáncer, la Diabetes, la Hipertensión, el Alzheimer; situaciones que hacen que banalidades de juventud como la preocupación por la calvicie o la masa y tono muscular dejen de tener si quiera la mínima importancia.
Hoy la esperanza de vida ha aumentado en casi todo el mundo, dicen que los 40 son los nuevos 30s, e incluso es posible que todos conozcamos a alguien que a sus 70 años esté hasta en mejor estado que uno mismo. Adicionalmente se puede aplicar eso de que cada quien cosecha lo que siembra y quizá nunca se esté realmente solo. Habrá también que preguntarse si los cambios sociales impulsados en parte por la causa LGBTTTI harán que el panorama cambie también para la senectud queer. Mientras lo averiguamos: Juventud, divino tesoro.